Muchos niños que han sido adoptados tienen problemas de
desapego, se muestran tímidos o reacios a demostrar afecto hacia sus padres. Un
pasado en el que las figuras paternas han estado ausentes, o el efecto de la
institucionalización de estos niños, crean conflictos graves en su sentido de
la confianza y apego hacia otras personas.
Salvo algunas excepciones, la mayoría de los
niños que han sido adoptados son acogidos por sus nuevas familias cuando ya
tienen recuerdos de vivencias pasadas. Algunos provienen de familias con
núcleos inestables, con faltas de atención o incluso experiencias de abandono y
malos tratos. Otros, como en muchos casos de adopciones internacionales,
provienen de instituciones donde no
han podido recibir la atención necesaria por parte de sus cuidadores. Esto
genera secuelas que impiden que el niño pueda establecer lazos afectivos desde
un principio con sus nuevas familias. El miedo a volver a ser abandonados, o la
dificultad de entender su entorno con la seguridad de un niño que ha crecido en
una familia estable, provocan que se muestren distantes o que desarrollen
etapas de rechazo o agresividad.
¿Cómo actuar ante esta situación? Reconstruir
el apego es la mejor forma de que el niño supere estos miedos y pueda
desarrollarse plenamente. Y por eso funcionan las adopciones. La
adopción permite al niño reconstruir ese apego del que carece en sus primeras
etapas, proporcionándole la seguridad que supone un entorno familiar.
El apego no se recupera en semanas ni en
meses. Es cuestión de años. Requiere de mucha paciencia y pasa por
etapas con grandes logros, pero también con grandes dificultades. Vuestra labor
como padres adoptivos es demostrarle poco a poco y
con mucha paciencia a
vuestro hijo que puede contar con vosotros, que es querido y deseado como un
miembro más, para afianzar en él ese sentimiento de apego y seguridad
necesarios.
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